Ejercicio

Un ejercicio para matar el rato.
Leer el verso-título de un libro de Wesphalen:

“BELLEZA DE UNA ESPADA CLAVADA EN LA LENGUA”

saber que aún para el lego, para el simple asociador de palabras con imágenes concretas, para el superficial mirador de lo obvio, aún para él, esta frase resultará impactante y por demás provocadora. Claro, porque no le costará imaginar un rostro amarillo con la lengua afuera, increíblemente alargada a la fuerza, y una enorme (¿podría no ser enorme?) espada que la atravesara sembrándola de raiz en algún lugar del aire; sin mencionar los detalles del rostro estupefacto, sufrido, doliente, angustiado, los ojos saltones marcados por surcos de sangre, la tez lívida, los pliegues del horror en la frente, los tantos matices que se puedan imaginar para gozar la anonadante “Belleza de una espada clavada en la lengua”. Saber que es una frase que remueve aún a quien no ausculte sus reales motivos de poesía.

...

Sin embargo, si con afán crítico intentáramos escudriñar la médula de esta frase para hallar un mejor sentido que el de la primera imagen atroz que evoca, Oso opina que sería necesario practicar un breve ejercicio de análisis de texto, una disección de letras para hallar los motivos de la tinta que las dispuso de ese modo. Y aquí entraría a tallar –de algún modo- el juego de los puntos de vista.

BELLEZA DE UNA ESPADA CLAVADA EN LA LENGUA

Para interpretar esta frase lo primero que deberíamos hacer (según Oso), es buscar su punto central, crítico, el eje principal alrededor del cual gira el contorno de las otras siete palabras, y ubicarle un sentido propio. Sin vuelta que dar (por esta vez, Oso y yo estamos de acuerdo), damos esa función al sustantivo: lengua. Pero la palabra LENGUA evoca más de un objeto linguìstico preciso. A una primera y superficial mirada en el contexto, LENGUA nos remitirá al músculo de la boca; sin embargo, si la tomamos individualmente, y la miramos con más detenimiento, encontraremos otros referentes que pueden cambiar el sentido total de la frase. Del sentido que demos a la palabra-guía dependerá la interpretación total del conjunto, pues, como cita Oso: “lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista el que crea al objeto”

Así, en nuestra frase, una vez determinada la palabra-guía LENGUA, quedaría por ubicar el punto de vista que cree (recree) el objeto poético adecuado a la intención del artista. Para tal búsqueda el Oso sugiere recurrir al Diccionario Enciclopédico Océano UNO, según el cual LENGUA puede ser:

a) Órgano muscular situado en la boca de los mamíferos, sirve para:
- gustar
- deglutir
- articular los sonidos de la voz
b) Cada una de las distintas manifestaciones del lenguaje (en distintas comunidades humanas)
c) Reglas del idioma
d) Badajo de la campana
e) Lengüeta, fiel de la balanza
f) Nombre de varias plantas con forma de lengua (lengua en su acepción a)

Tenemos, entonces, seis objetos lingüísticos distintos (que podrían ser más si nos atuviéramos a una rigurosidad académica que estamos lejos de pretender), seis objetos lingüísticos de los que la lógica nos mandaría eliminar directamente –por obvios, por necios (o por la petulancia de nuestras intenciones)- los signados con las letras d, e y f, quedándonos con los probables a, b y c; es decir, lengua como:

a) órgano muscular (que sirve para gustar, deglutir y articular palabras)
b) manifestación del lenguaje
c) reglas del idioma
Pues bien, el caldo está listo para echar a cocer las papas:

BELLEZA DE UNA ESPADA CLAVADA EN LA LENGUA

Olvidemos el azar y demos a Oso la facultad de elegir la acepción de su preferencia para empezar a escudriñar la frase. Oso ordena (cuándo no), el desordenado orden de su antojo: b, c y a
B (manifestación del lenguaje). Tendremos:

BELLEZA DE UNA ESPADA CLAVADA EN LA LENGUA (MANIFESTACIÓN DEL LENGUAJE)

Si entendemos LENGUA como “manifestación del lenguaje”, como idioma, podríamos sugerir que el sentido de la frase apunta a socavar (espada clavada) los exclusivismos territoriales, las variantes localistas de una lengua (idioma lengua propia de un determinado grupo humano) para llegar a la “belleza” del lenguaje universal, sin fronteras. En este caso, la espada sería la estética renovadora, la poesía que se clava (por el nutrido uso de extranjerismo, por ejemplo) en el purismo de un determinado idioma para sacarlo de sus límites geopolíticos y sociales, y guiarlo a la belleza de un lenguaje único, universal.

C (reglas del idioma)
BELLEZA DE UNA ESPADA CLAVADA EN LA LENGUA (REGLAS DEL IDIOMA)

Con la acepción C la cosa resulta más lógica y verosímil. Si entendemos que el término LENGUA importa además el concepto normativo de las reglas del idioma y recordamos que el título de un poemario resume la intención global de su lenguaje, resulta natural derivar que en este caso quizá el poeta apunte a una estética destinada a romper los moldes convencionales del idioma -morfología, sintaxis, reglas de puntuación, etc-. En este caso, “Belleza de una espalada clavada en la lengua” bien podría ser el epígrafe de una estética dinamitadora, iconoclasta, la directriz de un arte destinado a romper los cánones establecidos por la costumbre de un estilo poético, de una literatura encasillada en las académicas reglas del idioma. La espada sería, así, la poesía penetrante, la poesía que se clava y desgarra las mismas entrañas de la lengua para revivirla, para extraer la belleza fuera de sus desfasadas reglas, rompiendo sus moldes y rehaciendo sus esquemas.

A (órgano muscular)
BELLEZA DE UNA ESPADA CLAVADA EN LA LENGUA (ÓRGANO MUSCULAR)

Llegado a este punto, se me ocurre que leer LENGUA como órgano muscular nos devolvería a la primera imagen atroz que cualquier lego hubiera interpretado. “Error en el que no deberíamos incurrir”, advierte Oso. Yo repaso las imágenes concretas que evoca el verso y por unos segundos insisto, caigo en la cuenta de que quizá debimos descartar la acepción a en la primera depuración de objetos lingüísticos. Sin embargo, intuitiva, sagazmente, Oso opina que sí deberíamos intentar una interpretación con el término en su acepción a, y sostiene los motivos del “uso” de la lengua-órgano muscular para averiguarlo. A saber: gustar, deglutir y articular los sonidos de la voz humana. Veamos. Si tenemos LENGUA como objeto físico debemos inferir que el efecto de una espada clavada en ella también deba producior un hecho físico. ¿Cuál?. La eliminación de sus funciones. Una lengua incrustada no puede gustar, deglutir, ni articular los sonidos de la voz. ¿Qué importancia puede tener la eliminación de estas funciones en el contexto de la frase, en sus intenciones de poesía? Sin duda que el corte de las primeras funciones de gusto o deglución tienen escasa o ninguna importancia. Pero veamos la tercera: articulación de los sonidos de la voz. Una espada clavada en la lengua provoca mudez, convierte el sonido de la voz en silencio. Ahora bien, sin voz la poesía no puede ser dicha, ni escrita (recordemos como referente que la primera poesía tiene un carácter oral, y que la escritura no es sino una representación de aquella) Sin voz la poesía no puede ser expresada, de modo que el poeta se queda sin “rebajarla” a la expresión humana y la deja allí, inhollada, pura, en su limbo perfecto de inalcanzable belleza. Así, la espada deja de ser la poesía iconoclasta que pretendíamos en las anteriores acepciones, para convertirtse en un objeto silenciador del poeta, en la decisión propia y firme de no perpetrar la voz para habllar en el silencio la belleza de la poesía perfeecta: la que nunca debe ser dicha ni escrita. “Belleza de una espada clavada en la lengua”, sería, entonces, la admiración del silencio en aras de la belleza perfecta.

...

Tres objetos lingüísticos de una misma palabra nos han servido para interpretar desde iguales puntos de vista el verso-título de un libro de Westphalen. Tales interpretaciones, en el sentido de una frase cualquiera, pudieran haber sido adecuadas o correctas, pero tratándose de poesía –aún si hubiéramos llegado a la interpretación justa (¿?)- hay que colegir que resultan, en su proceso, un tanto laboriosas y abstrusas. Releo lo escrito y fugazmente destaco algunas de falencias: 1. No hay desde el comienzo una identificación explícita de la frase como resumen de un sentir poético. 2. Carencia de interpolaciones que pudieran dar más luces acerca de la visión general el poeta (situar siquiera unos esguinces surrealistas de su obra) 3. Falta de una directriz (por lo anterior) que guíe el verso a una idea concreta. 4. Sobra absoluta de este listado de “falencias” que, en su petulancia, parecen olvidar el mero afán lúdico de estas líneas. Y, más aún, por este olvido, se deslizan sin ser tales. Queda, sin embargo, el mal sabor de la empresa fallida, inútil (¿qué empresa de escritor no es inútil?), por caer en la cuenta de que tan solo conociendo que el autor de la frase es E. A. Westphalen, las primeras dos interpretaciones que dimos resultan banales, casi sin sentido. Y queda, como cosa que personal que deba ser dicha, la impresión de una cierta semejanza entre la imagen del verso y las primeras escenas de Un perro andaluz de Buñuel, el surrealista del cine: el primerísimo plano de un ojo que es cortado por el medio con una hoja de afeitar. De todos modos, ahora que Oso se ha retirado a leer en un rincón, yo me reconforto con el consuelo de que al menos con este ejercicio ya maté el tedio de algunas de mis odiosas horas. Oso se entretiene con el crucigrama, pero no está feliz ni mucho menos con el resultado final escrito en estas hojas. Y ni aún con su primera intención siquiera. Oso piensa: “Terrible desvarío necesitar escribir seis hojas de tonterías para intentar comprender un verso”. A escondidas de Oso, yo asiento: “Cierto, terrible intentar explicar la poesía, razonarla”. Y entonces sé que Oso quisiera decir algo, pero no lo dice, y sé que me tiene lástima. “Terrible intentar explicar la poesía, razonarla: estúpido no poder sencillamente sentirla”.
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